by Rigoberto Lainez
(Montreal, Canada)
Pasé cinco meses de mi vida, en romance intenso con la bella Bahía de Balfate. Una bellísima playa dispuesta para mí solo, caminaba sobre sus arenas blancas todas las mañanas y todas las tardes, no había turistas que molestaran, solo la quietud de sus aguas Azul turquesa y la música de las olas.
Bellos momentos alejados del mundanal ruido de las grandes ciudades. Un despertar al compás de la música de sus olas y la quietud de sus aires. Los pobladores ya han salido a sus labores unas agrícolas y otras marinas, la vida toma su curso ese día y otro más y más, mientras que a lo lejos, se divisa una montaña que se ilumina con los nacientes rayos del sol, siendo esta la Casa donde habita Dios en dicho poblado.
Hoy ya lejos de sus costas, añoro volver a ver sus aguas, quiero volver a caminar sobre su arena blanca y tibia, deseo escuchar el cuchicheo de sus moradores, el grito de los vaqueros arriando el Ganado y la música que alegra el ambiente los fines de semana.
Bella es mi tierra Honduras, doy gracias a Dios por haber nacido aquí, cuna de Lempira y Francisco Morazán.